Como lo digo en mi libro Los siete pasos de la danza del comer. Cultura, género e identidades (Premio Nacional Aquileo J. Echeverría de literatura 2009), como estudiosa de la historia y la práctica alimentaria de la especie humana, durante largos años he buscado claves aptas para comprender la complejidad del lenguaje de las ollas. He aprendido que la cocina es una metáfora de la cultura, que engloba todos los aspectos de la vida humana. Nuestra especie no come solo con el cuerpo, sino que lo hace también con la mente; porque comer es sumergirse en un océano de símbolos.
Lo que comemos está íntimamente relacionado con los recuerdos propios, los de nuestras familias y los de nuestras naciones. Por eso mismo, en mis poemarios, novelas, ensayos y miles de artículos, que tratan temas diversos (desde el espionaje, hasta las artes; desde la historia, hasta los eternos conflictos humanos, etc.), de pronto se asoma el universo culinario de una u otra forma. Esto ocurre de manera natural, porque en todas esas obras se habla de la vida, y el vivir es imposible separarlo del comer.
Asimismo, siempre he creído que una de las maravillas del lenguaje son los diversos significados que pueden suscitarse con las mismas palabras. Todo ello explica por qué aquí, bajo ese título, “Sin reservas”, hablaremos casi que de cualquier cosa. Y por qué en este sitio, que sugiere un restaurante al que se llega porque sí, sin aviso previo, y cuya carta puede incluir los alimentos más variados (esto es, los temas más amplios y diversos), también –cuando sea necesario–, no nos andaremos por las ramas.
Pasen adelante, con confianza.
— Dra. Marjorie Ross G.