Mi novela La herencia del asesino ha merecido la atención de lectoras y lectores de lujo, que la han leído –como no puede ser de otra manera– desde sus propios referentes. Para mí, como autora, siempre es un privilegio de relectura repasar mis obras con sus miradas. He querido traer esos textos a ustedes, para enriquecer el acervo sobre su trama y personajes.
Aquí les ofrezco el primero de ellos, escrito por la escritora Silvia Castro Méndez, un corto resumen de cuya hoja de vida pueden ver aquí mismo.
LA HERENCIA DEL ASESINO
Silvia Castro Méndez
Ha sido un placer leer La herencia del asesino, tan bien escrita, tan llena de drama, humor, ingenio y valentía, de referencias políticas, culinarias y musicales, de conocimiento histórico, y de inteligente creatividad para dar un giro final completamente inesperado a una historia de la que podríamos creer que ya lo sabemos todo.
Debo confesar que hasta hace un par de días me debatía sobre cómo presentar esta obra. Temía furiosamente hacer una intervención que supusiera un spoiler. ¿Cómo puede ser esto, se dirán ustedes, si ya todos sabemos de qué va cualquier historia que tenga que ver con Ramón Mercader? Escribir una obra sobre él es casi es como empezar, a la manera de Ernesto Sábato en El Túnel, diciendo (leo al argentino y le cambio los nombres): “Bastará decir que soy Ramón Mercader, el hombre que mató a León Trotsky; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona. Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana.”
En efecto, Ramón Mercader es el asesino de Trotsky ¿Pero además de eso, quién es ese personaje para cada uno de nosotros? ¿Héroe o asesino repudiado, burgués de mundo o presidiario, revolucionario de pro o marioneta ideológica? Puedo imaginar muchas otras posibilidades. Para mí Ramón Mercader siempre fue un personaje repudiable. Así es: yo –desde mi adolescencia- amé odiar a Ramón Mercader. Y este odio iba en dirección inversamente proporcional al interés que hace tanto tiempo aprendí a sentir por León Trotsky y su crítica al estalinismo.
Así que, cuando –a sabiendas de todo ello- mi querida amiga Marjorie me pidió que participara en la presentación de este libro sentí una especie de vértigo. ¿Qué propondría Marjorie en su novela? ¿Iba a ser yo –reconocida hater de Mercader- una ayuda o un lastre como presentadora de su novela?
Cuando me habló por primera vez de lo que estaba escribiendo, no hacía mucho que yo había leído el famosísimo libro de Leonardo Padura: El hombre que amaba a los perros (obra que -me consta- Marjorie se resistió a leer durante el tiempo que duró la escritura de la suya). Valga decir que el libro de Padura cambió mucho mi perspectiva de Ramón Mercader. Con Padura aprendí a sentir una verdadera lástima por este individuo: y la lástima es un sentimiento –a mi modo de ver- mucho peor que el odio o el desprecio. ¿Y entonces, adónde podría arrastrarme esta nueva obra de Marjorie Ross en mi particular historia con este personaje?
Pues bien, mientras el Ramón Mercader de Padura es un hombre puramente instrumental, una tuerca de una gran maquinaria –no carente de ciertos atractivos que lo hacían apropiado para la tarea encomendada- y un hombre débil, necesitado patológicamente de aprobación externa (especialmente la de su madre, pero también del Partido), el Mercader de Marjorie Ross es un hombre con una tremenda capacidad de reflexión y autoanálisis –aún reconociéndose instrumental (convencidamente instrumental, todo sea dicho) en algún momento de su vida. Y es, por encima de todo, alguien que se siente capaz de buscar una resignificación de su existencia, a pesar del calibre de su historia y su circunstancia.
En el libro de Padura nos enfrentamos a un par de historias de vida que se aproximan inexorablemente. Son un par de historias que –como si de un choque de trenes se tratara- están destinadas a converger violentamente en el momento nefasto en que Mercader clava el piolet en la cabeza de Trotsky.
Por el contrario, el libro de Marjorie nos coloca en una especie de movimiento centrípeto de reflexión de un hombre enfermo y ya viejo, movimiento cuya fuerza termina provocando en el personaje una verdadera implosión.
En la novela de Marjorie Ross asistimos al reacomodo integral de la conciencia de Ramón Mercader con respecto a lo que él llama la acción más importante de su vida: ésa que precisamente le arrebató veinte años de libertad. Y en ese reacomodo, el hombre se transforma en un personaje trágico, en el sentido más clásico de la palabra. Y también, simultáneamente, se constituye en un personaje mucho más redondo y mucho más humano.
Es un individuo que, con la resistencia inicial de quien ha creído con todas sus fuerzas en el socialismo soviético, va deconstruyendo su historia personal de la Unión Soviética, así como sus actos individuales y el conjunto de sus convicciones y complicidades. Desde el momento del crimen en 1940 (cuando a Stalin le quedaban aún una decena de años en el poder) y el día de la muerte de Mercader en 1978, el asesino ve cómo su acto fundamental, y su significación para el Estado soviético, para el proletariado internacional, y -sobre todo- para sí mismo, se va transformando de manera categórica.
Las consecuencia de toda esta reflexión, de toda esta resignificación, es parte de lo que el lector debe encontrar en La herencia del asesino. En el escenario cubano donde pasó sus últimos tiempos y donde Mercader buscó encontrar un último reducto que lo salvara de la centrípeta de sí mismo, Marjorie nos propone un desenlace inédito y sorprendente, no sólo para Mercader, sino también para su hija Mila, que es otro personaje muy importante en la obra y que le sirve de interesantísimo contrapunto.
No quisiera concluir sin decirles –y quizás sea demasiado- que, a medida que leía la narración, me venía a la mente aquel famoso poema de Cavafis que lleva por título La ciudad, donde un interlocutor dice al poeta:
“Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
Y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo los ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí”.
Y entonces Cavafis responde:
No hallarás otra tierra ni otro mar. (…)
Pues la ciudad es siempre la misma. Otra no busques -no la hay-
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.
Hoy yo los insto a leer “La herencia del asesino”, una historia que nos deja ver las tripas de una gran paradoja existencial y nos conduce a reflexionar de nuevo sobre este hombre que, a lo largo del tiempo, ha sido visto bajo el caleidoscopio de innumerables miradas. Elijan ustedes a su Mercader particular. Sea cual sea la perspectiva desde la que lo hayan considerado –incluso la del odio, el desprecio o la lástima-el piolet de la escritura de Marjorie Ross les dará aún una sorprendente vuelta de tuerca con algo completamente original e inesperado. Les aseguro que no los decepcionará.
Quién es Silvia Castro Méndez
Costarricense por nacimiento y española por adopción. Poeta, música, filósofa e historiadora de la ciencia. Sus estudios superiores los realizó en las universidades de Costa Rica, Pittsburgh y Zaragoza. Ha sido arpista, profesora universitaria, investigadora y consultora en temas de transferencia tecnológica, cultura política y comunicación social. Obtuvo en dos ocasiones el Premio de la Editorial de la Universidad de Costa Rica y, en el año 2010, su libro Agua fue galardonado con el Premio nacional de poesía “Aquileo J. Echeverría” de Costa Rica. Vive en España desde el año 2003.
Como poeta ha publicado: Señales en tiempo discreto (2011, España: Amargord); Agua (2010, Madrid: Torremozas); Ruvenal de mil amores: Variaciones sobre un tema de Esopo (2005, cuento-poema para niños, Costa Rica: EUNA-EUNED); Vértice del milagro (2000, Costa Rica: EUCR), Las huestes del deseo (1998, Costa Rica: EUCR); Mester de extranjería (Amargord, España, 2015); La náufraga (2019, Ediciones Torremozas, España); Animal aterido (2021, Del Centro Editores, España) .
PREMIOS
- 1996. Premio Editorial Universidad de Costa Rica (poesía)
- 1998. Premio Editorial Universidad de Costa Rica (poesía)
- 2010. Premio Nacional Aquileo J. Echeverría (poesía)
2020 Abrazos de matapalo Artes plásticas Astrología Carlos Poveda Celtas Chef Pablo Bonilla Cocina ancestral Cocina navideña Costa Rica Embajadora de Costa Rica Embajador de Costa Rica Emilia Macaya Entre el comal y la olla Espía soviético Fidel Frida Kahlo gastronomía ancestral gourmet Halloween Huesos de muerto Huxley Influencia azteca Isabel Montero de la Cámara Jorge Luis Borges Josip Broz Tito José María Cañas Juan Rafael Mora La herencia del asesino Marjorie Ross Matapalo Maya Novela Orwell. Pablo Bonilla Panellets pueblos originarios Ramón Mercader restaurante Rocío Fernández Salazar Sikwa Silvia Castro Méndez Tamal Trotsky Yoles