Les traigo hoy el segundo texto sobre mi novela La herencia del asesino, en la afinada pluma de la periodista Rocío Fernández Salazar, algunas pinceladas de cuya hoja de vida aparecen al final de esta nota.
LA HERENCIA DEL ASESINO
Rocío Fernández
“Me imagino la novela de Marjorie Ross como el libreto de una distopía comunista. Sería una serie de Netflix corta, precisa y aguda, sutil y filosa, y podría llamarse Resplandor carmesí. El color sería el personaje principal. La tragedia, el género; la decadencia, su motivación y fuerza motriz.
En la última novela de Marjorie Ross, Ramón Mercader, agente de Stalin y asesino de Trotsky, escribe su propio Libro Rojo. Vive el ocaso de su vida y espera la muerte. En el declive, cambia Moscú por La Habana. Necesita luz y sol, pero también un régimen amigo. Lejos están su crimen, su purga de años en una cárcel de México, la influencia de una madre fanática y el fracaso de su vida fría, manipulada e ideologizada. El poder soviético se derrumbó y vive en una isla donde la decadente escenografía posrevolucionaria y el discurso culinario de Fidel Castro alimentan la expiación de sus últimos días. Al menos tiene el mar como horizonte.
Del otro lado del espejo, su hija Ludmila, conocida en el mundo del arte y sus mercados como Mila Santodomingo, pasa de su apartamento en París al metro de Tokio con actitud depredadora. Su voracidad existencial no conoce límite; semeja un personaje de animée sólo para adultos. Mila encarna el color rojo que salpica el libro de inicio a fin y que Joaquín Rodríguez del Paso utiliza para intervenir la iconografía oficial comunista como una metáfora plástica de la transgresión moral que atraviesa la estructura de la novela.
Mila vive del usufructo de la venta de un cuadro que David Alfaro Siqueiros le regaló a su padre en los años cuarenta, y su futuro está seguro con la posible venta de un Frida Kahlo, otro legado del padre magnicida.
Entre los personajes secundarios de la trama destaca Siboney, una mulata cubana, compañera de cuidados cotidianos de Mercader, que permite conocer la descomposición de la Cuba presente y las ruinas del pasado soviético de Ramón. Sus conversaciones marcan el ritmo ascendente del drama interno de Mercader y anuncian el clímax de su historia.
A su vez, en el Libro Rojo que escribe Mercader, el lector descubre las contradicciones del personaje y su compleja paranoia. Por el texto desfila una inagotable lista de camaradas que tejen parte de la historia tan cruel como descabellada del periodo estalinista, hasta que la moral proletaria de Mercader, una construcción destinada a calmar su conciencia, sucumbe al desencanto de su propia realidad.
En este bloque narrativo brilla la habilidad de Marjorie para dar luz en la oscuridad a perfiles secretos representativos de una época oscura y compleja que Mercader resume en una oración carcelaria siniestra:
Mi fidelidad a Stalin es roja. Mi madre es roja. Su fuerza ideológica es roja. Su locura es roja. Mis hijos serán pioneros rojos. La mujer es roja. El gorro frisio es rojo. La bandera del partido es roja. La Internacional es roja. La piedra del mausoleo de Lenin es roja. La muerte es roja. La rosa eterna que pondré sobre la tumba de mi madre, será roja. Yo soy un soldado rojo. Héroe rojo de la Unión Soviética. Rojo como la sangre.
Pero solo, añado yo, hasta cierto punto.
En esa tesitura literaria, no es de extrañar que Rouge sea el rótulo de la Galería de Mila, aficionada a los zapatos negros con suela y tacones rojos, cartera Hermes roja, y que haya sido bautizada por la prensa como La dama roja. El lector, al conocer el título de la obra Naturaleza muerta con pitahayas de Frida Kahlo, pintado en 1938, vuelve a valorar el ingenio y la perspicacia de Marjorie Ross. Es el rojo siempre presente que unifica la novela.
Mila vive en un mundo contemporáneo salvaje, erotizado, individualista y superficial. Su pareja, el diseñador Kenji Takanashi, corresponde a los cambios sociales de nuestro tiempo. Sorprende la eficacia de Marjorie para sobresaltarnos con su habilidad para explorar el mundo transvesti y crossdresser de las altas esferas.
En la vida desenfadada de Mila aparece Fidel, indigesto de marxismo, a quien ella conoce en un encuentro de descendientes de camaradas heroicos en La Habana. Este vínculo depara información sobre proyectos delirantes del régimen cubano que alcanzan un nivel caricaturesco. La risa tiene en sí una cualidad liberadora y Marjorie aplica el humor hasta el sarcasmo.
Aunque este Fidel carece de profundidad, es más un recurso artesanal que Marjorie utiliza para develar un desenlace inesperado, el verdadero clímax de su novela.
Como nos dice Chesterton en su ensayo Cómo escribir una novela de detectives, la historia detectivesca es sólo un juego; y en ese juego el lector no lucha con el criminal, sino con el autor.
Marjorie, como autora, reconstruye una historia de traiciones políticas de una manera simple, sin complejidades aparentes. Esa supuesta ligereza está construida con tenacidad y oficio y genera profundidad. Abre con un criminal reconocido y cierra con un colectivo de asesinos que salta de la ficción a la realidad. Cada lector encontrará sobresaltado a más de uno, a pesar de su investidura histórica camuflada con una pátina, también roja, de los mejores ideales.
Volvamos a la distopía comunista mediante la recreación de tres escenas. Los invito a leer la página 111 y visitar en Moscú el restaurante Marxim, estilo pre-perestroika, de paredes empapeladas con fotografías de héroes de la antigua URSS y de secretarios generales del Partido Comunista Soviético, incluidas cercas de alambre de púas para dividir mesas y comensales.
En la página 141, una escena en el House of Mao Noodle Bar, en Singapur, deviene en parodia escenográfica. Una camarera ataviada con uniforme del ejército Popular de Liberación y brazalete rojo en el brazo ofrece un menú mordaz, mientras los lectores brindamos con el coctel Estrella roja sobre China por una época revolucionaria decadente y superada por el eficaz capitalismo de Estado.
En el otro extremo de las comparaciones, la visita a un paladar (restaurante privado) de La Habana, conocido como La casa de Siboney, lleva al lector al cierre de la distopía comunista.
Allí se resume la verdadera herencia del asesino, la verdadera intención de una autora en la plenitud de su refinamiento estilístico. Los invito a leerla y paladearla. Quizá ataviados de rojo”. Rocío Fernández.
Quién es Rocío Fernández
Dueña de un estilo de escritura muy propio, Rocío es licenciada en periodismo de la Escuela de Comunicación Colectiva de la Universidad de Costa Rica. Es experta en temas culturales.
Por su connnotado paso por la prensa nacional –fue directora del suplemento Áncora de La Nación de Costa Rica, entre otros cargos–, recibió el Premio Nacional Joaquín García Monge en 1986.
Fue directora general del Museo Nacional durante tres administraciones, labores que desempeñó con reconocida excelencia. Al nombrarla la última vez (se pensionó hace unos meses), dijo la ministra Elizabeth Fonseca: Fernández fue seleccionada porque necesitamos en el Museo Nacional a una persona con visión de largo plazo, que no atienda solo las situaciones del día a día, sino que tenga un horizonte amplio en la mira.